IES Albenzaide (Luque, Córdoba) 2023

Invisible

Nombre: Jesús de Vicente Molina
Curso: 2 º ESO B
Centro: IES Albenzaide, Luque (Córdoba)

¿Quién no ha deseado alguna vez ser invisible? ¿Quién no ha deseado alguna vez dejar de serlo? Hace bastantes años, leí esas frases en una pequeña y antigua librería. Ojeé un poco más el libro, pasando por la portada y el lomo, incrédulo de que esa fuera la única descripción de la obra, ya que estaba acostumbrado a extensas sinopsis que ocupaban toda la contraportada. Mi curiosidad aumentó y le pedí a mi madre que me lo comprase. No me hizo falta rogar. Ella ya había oído hablar de Eloy Moreno y su nuevo libro.

Cuando llegué a casa me lancé a las páginas. Al principio estaba perplejo, nunca antes había leído algo similar a eso. Especialmente por la primera parte, en la que la ausencia de conocimiento me hizo casi renunciar. Pero de nuevo, estaba esa ansía de curiosidad que me hizo seguir; hasta que no pude parar.

Maravillado, leía como el chico invisible y yo nos íbamos asemejando cada vez más, como aquel sentimiento de soledad y de sentirse profundamente ignorado crecía y me despertaba recuerdos dolorosos, hasta que me salían las lágrimas.

Fueron muy pocos los días que tarde en leérmelo. Y nada más hacerlo ya iba predicando por ahí las lecciones que me había dado. Le di las gracias a mi madre, por haberme dado aquel tesoro. También se lo comenté a una profesora de lengua que tenía por aquel entonces. Se llamaba Raquel. Nos hicimos muy amigos desde principios de curso, quizás, porque ambos habíamos sido invisibles. Le presté el libro y ella me dio otro, cuyo nombre no recuerdo. A los pocos días, Raquel me contó lo mucho que le gustó. Sonreí, al ver como alguien había disfrutado de la misma forma que yo. De todas formas, aún faltaba la mejor parte.

En el colegio, teníamos que leer un libro obligatorio al semestre y aquel día debatíamos sobre cuál escoger. Para mí no era problema, pues el hábito lector ya lo practicaba en mi casa. Pero oía como mis compañeros se quejaban, ninguna opción les convencía. Ese recreo, Raquel me dio la noticia: “Hemos encargado un lote de Invisible”. Casi grité de la emoción.

La biblioteca del centro se llenó de ejemplares que se dividieron por clase. Raquel nos dio uno a cada uno, incluso a mí, que sin ningún problema me lo releí. Al principio ellos protestaban, extrañados no más de lo que yo había estado. Sin embargo, noté como hubo un día en el que la clase se quedó en silencio. Los observaba, embelesados conociendo las historias de la chica de las cien pulseras, el chico con la cicatriz en la ceja y el resto de personajes. Me preguntaba cuál era su rol. Quizás no todos eran invisibles; algunos eran los abusones y otros, la inmensa mayoría, los que solo miraban. Espero haberlos hecho reflexionar, fomentarle el gusto por las novelas o tan solo, generarle la mitad de emociones que había experimentado.

Dos años más tarde era la graduación de primaria. Habían pasado muchas cosas durante ese tiempo, que rompían las lecciones del libro. De todas formas, de vez en cuanto oía comentarios de Invisible, sobretodo de Raquel.

Habíamos estado un tiempo sin que nos diera y había vuelto ese año. El último día, le regalé el libro a Raquel. Al principio se negó, porque sabía lo mucho que significó para mi esa edición. Pero yo quería que lo tuviera ella, como si de esa forma pudiera darle un cachito de mi corazón. Nos abrazamos, despidiéndome de ella y, además, en cierta forma, de mi libro preferido.

Hace poco, pude conseguir otro ejemplar. Mi madre lo compró para mi hermana, sin saber que ella ya se lo estaba leyendo de la biblioteca escolar. Tenerlo de nuevo en mis manos hizo que lo volviera a leer. Significó nuevas cosas para mí. Había oraciones y metáforas que no entendía en mi inocencia, pero que ahora eran las que más dolían, como la chica de las cien pulseras, que entendí que realmente eran unas dolorosas cicatrices.

Cuando me lo terminé por tercera vez, me sentí más orgulloso que nunca de la cadena que se creó. Mi madre, Raquel, los chicos y chicas de mi clase, mi hermana, todo el que lo hubiera cogido y cogerá de la biblioteca, etc. Y por supuesto, yo mismo. Estoy enormemente agradecido de decidir leerlo, de no desistir y de enamorarme por completo de Invisible.

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