Romeo y Julieta

Autora: Beatriz Gil Vattier
Curso: 2º ESO-D
IES Las Encinas, Valencina de la Concepción (Sevilla)

Con escasas expectativas emprendí yo la lectura de Romeo y Julieta, ya que se trataba de un clásico más.

Es extraño pensar cómo una persona nos puede hace sentir tantas cosas al mismo tiempo. Julieta hizo sufrir a Romeo y Julieta hace grandes sacrificios por Romeo. Solo se han visto unas cuantas veces pero supongo que la imaginación hizo el resto. Me encanta pensar que este libro tiene un final feliz, al fin y al cabo solo la muerte pudo vencer al amor y separar a los dos enamorados universales. El final es el idóneo, me gustan los finales felices pero creo que este es el único final que no deja secuelas. Y resume el amor, el imparable y fuerte amor, que parece hacer a la persona más delicada la más fuerte y al más tímido, el más extrovertido.

El amor te cambia seas correspondido o no, sacude tu vida y te “da livianas alas para las cuales no haya límites de piedra”. Por eso entre las grandes preguntas, como quién creó el mundo, qué ocurre tras morir o por qué Jordi Hurtado no envejece, está el amor: un sentimiento cambiante que aparece sin previo aviso pero desaparece dejando huella.

Lloré con la muerte de los amantes, debo reconocerlo. Aquel libro merecía durar para siempre, merecía ser leído por todo el mundo, merecía el más caro de los premios, el más fuerte abrazo, la más amplia sonrisa, merecía el más atronador de los aplausos, el más acertado de los adjetivos, pero obtuvo mis más sinceras lágrimas.

En el mundo hay dos clases de personas: Romeos y Julietas. Yo soy un Romeo, soy impulsiva, me enamoro con gran facilidad, se me acelera el corazón de simplemente imaginar, y me sonrojo de simplemente mirar. Soy una romántica de mi tiempo. Y subiría todos los balcones de Verona si sé que alguien me espera en lo alto. Pero, como le paso una vez a Romeo, he juntado mis lágrimas con las gotas de rocío. Luego están los o las Julietas: esas personas que temen al amor, que les duele demasiado y que no quieren sentirlo. Que quieren que les jures por uno mismo, no por la luna pues esta cambia. Son personas heridas por la flecha, a veces incorrecta, del amor. No tienen la culpa de su miedo irracional, pero no pueden controlarlo. Si se enamoran se aseguran de que la flecha se les clave lejos del corazón. Pero esas personas se arriesgan y si hace falta fingir una muerte lo hacen, son valientes y  esperan pacientes  que su amado suba a su balcón.

Sigo sin encontrar las palabras para definir el cambio, que algo tan simple como un libro, hizo en mí. Es como si, sin notarlo, hubiera cambiado. Algo hizo “clic” mientas las palabras que William Shakespeare escribió hace siglos se grababan en mi mente a fuego. Sentí como si estuviera escrito simplemente para mí. Un romántico del siglo XVI se encuentra con una romántica del siglo XXI. Parece de broma, cómo los libros te cambian. Una acción tan simple como posar tus ojos sobre un papel manchado de tinta te puede enseñar tanto. Por eso se les llama clásicos, después de quinientos años el ser humano sigue sin poder descifrar el enigma del amor a no ser que un buen libro te lo enseñe. Créeme que yo me quité un buen peso de encima, de repente entendí el amor irracional. Y así fue como William Shakespeare me ayudó a comprender algo tan sencillo y a la vez complicado, algo tan ligero y a la vez tan duro, algo tan dulce y a la vez tan amargo. Así me ayudó a sonreír como una boba y a la vez llorar desconsoladamente por la triste historia de Julieta y Romeo, así me ayudo a entender eso que llaman amor y, por lo tanto, mi extraña debilidad por él.

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