Si crees en mí, te sorprenderé
Autora: María Hernández Molero
Curso: 1º ESO B
IES Juan Goytisolo, Carboneras (Almería)
Si crees en mí te sorprenderé, es un relato basado en la vida de una chica llamada Anna Vives. Es de nacionalidad española, nacida en Barcelona, y hermana de trillizos. Anna es especial ya que nació con Síndrome de Down, que es un trastorno que consiste en la presencia de una copia extra del cromosoma 21. El libro nos cuenta la historia de Anna que es tan luchadora que inventó su propia tipografía, que se llama como ella.
Las personas nacidas con Síndrome de Down suelen tener muy buena memoria y suelen ser muy buenas personas ya que son muy cariñosas. Cuando los ves por la calle y te sonríen o te dicen “hola” sin conocerte, a mí me hace mucha ilusión porque yo antes de leerme este relato pensaba que tener Síndrome de Down era que no eras listo, pero cuando me lo terminé deje de pensar así. Incluso he tenido el placer de conocer a personas así y sin conocerme me han dado un abrazo. Al ser niños pequeños me puse a jugar con ellos y me encantó la experiencia porque, aunque perdiesen entre sí, no se enfadaban los unos con los otros; más bien, todo lo contrario, se felicitaban y se abrazaban.
No quiero revelaros mucho sobre esta historia pero sí algunos detalles que hicieron que se convirtiera en mi libro favorito. Algo llamativo de este relato, es que los capítulos no están numerados, como la mayoría de los libros, pues están indicados con las letras del abecedario. Otra cuestión que me gustaría destacar de la obra es que hay una frase que me encanta y dice así: “Todos somos discapacitados pero somos capaces de todo”. Dice esto porque, por ejemplo, si tú escribes con la mano derecha y no con la izquierda, porque no puedes o no sabes, tendrías entonces la discapacidad de escribir con la izquierda. Esta es una de las frases que me hizo pensar porque ese es mi caso y me gusta tener una discapacidad ya que me hace diferente del resto de personas.
Os recomiendo esta historia porque os hará pensar muchas cosas sobre las diferentes vidas de las personas. Por último, me gustaría acabar con otra frase del relato: “El mundo está lleno de sueños por cumplir; ve a por el tuyo”.
Viaje a Agra
Autora: Myriam Rodríguez Baratto
Curso: 1º ESO B
IES Juan Goytisolo, Carboneras (Almería)
Me levanté de sobresalto del profundo sueño de la noche; sabía que tenía algo que hacer muy importante y que yo no podía fallar. Miré fugazmente a mi derecha y vi a mi hermana Alessia durmiendo profundamente, enrollada en el edredón como una croqueta. “¡Ahora recuerdo! ¡Es sábado!”. Miré el reloj con la esperanza de que estaba todavía a tiempo. ¡Eran las nueve menos diez minutos!. “¿Por qué no intentarlo?”, me propuse.
Tenía unos diez minutos para llevar a mi hermano de nueve años a la parada del autobús para que se fuera al partido de balonmano con su equipo. Me vestí rápidamente con la ropa que encontré a los pies de mi cama. Apartando el pelo de mi cara a golpes de mano, como si estuviera espantando moscas, me puse las zapatillas deportivas a modo “calcetín”, sin desabrochar los cordones. Bajé corriendo las escaleras y fui directamente al salón; vi a mi hermano sentado en el sofá, despierto, vestido con la equipación y con una mirada casi fulminante y al mismo tiempo sorprendido de verme tan nerviosa. Sin cruzar palabras lo cogí de la mano y agarré con la otra mano la mochila del deporte, colgada en la esquina de la silla. Salimos de la casa sin ni siquiera echar un vistazo a las típicas notas que siempre solían dejarnos mis padres, antes de irse a trabajar, colgadas con un imán en la nevera. No había tiempo para entretenerse con nada. Subiendo la calle a toda velocidad y casi arrastrando a mi hermano, llegamos a la parada del autobús.
¡No había nadie! En un instante pensé que era temprano, pero tampoco había niños esperando ni padres desperdigándose para volver a sus casas. Tuve que resignarme y por fin decirle a mi hermano la verdad: “José has perdido el autobús. Hoy no podrás jugar”. Esas palabras me dolieron tanto que no quise mirar a esos ojos grandes con pestañas largas de mi hermano. Triste y desolada me senté en la cabina donde se espera los autobuses y enseguida también mi hermano me acompañó, quizás porque allí estábamos más resguardados de la ligera brisa matutina.
Pensé que había estropeado el día a mi hermano porque le gustan mucho los partidos con su equipo y tuve que hacer un esfuerzo para atreverme a mirar esa carita redonda y morena; le abracé lo más cariñosamente posible. Quiero a mi hermano y creo que sería capaz de dar lo que fuera por él. Sí, lo quería como Lalú quería a su hermana Maya o viceversa… Esa historia era perfecta para contársela a mi hermano, y así olvidaría el partido. “Mi querido hermano, te voy a contar un cuento de un libro que casualmente (digo casualmente, porque lo encontré en el sótano de los abuelos) y me gustó mucho”.
El libro, Viaje a Agra, cuenta la historia de Lalú, un chico Indú de trece años y su hermanita Maya que quisieron emprender un largo viaje a pie desde Katwa hacia Agra solo con la intención de que Maya se curara de los ojos, que estaban a punto de quedarse ciegos. Lalú quería tanto a su hermana que cuando nadie de su familia, ni padre, ni madre, ni abuela podían hacer ese viaje por distintos motivos, se ofreció él para cumplir el sueño de Maya, que era volver a recuperar completamente la visión para ir a la escuela y aprender a escribir y leer.
Ellos vivían en una pequeña aldea de la India pero Agra, el lugar donde estaba el médico que podría curar a su hermana, estaba demasiado lejos y lleno de peligros. Sin embargo, Lalú era muy valiente, aunque delgado era fuerte, ágil y sobre todo, quería lo mejor para su hermana. Así que un día emprendieron su camino: descalzos y con poco equipaje y poca comida se atrevieron a cruzar campos, recorrer caminos y carreteras que nunca habían conocido. Sufrieron hambre, calor, miedo, sed y peligro de mordeduras de serpientes y sin hablar del dolor de las espinas casi invisibles de los cactus por ir descalzos. Maya solo tenía siete años y durante el camino, algunas veces, pudo viajar subida a un camello, a un carro, pero el valiente Lalú siempre fue a pie. Los niños en India están acostumbrados al cansancio y a una vida difícil pero eso no les impide disfrutar de los momentos de alegría que les da el día.
Tú te preguntarás si en algún momento no tenían frío o miedo por estar lejos de casa. ¡Por supuesto que sí! Por las noches, encendían pequeñas hogueras con el estiércol seco de las vacas para calentarse y dormían en el suelo tapándose con una pequeña manta que llevaban hasta cubrir la cabeza. Lalú era capaz, con solo trece años, de superar retos demasiados grandes para su juventud sin contar la responsabilidad que asumió al ofrecerse para el viaje. Pero su amor fraterno hacía su hermanita lo convertía en un ser maravilloso, único e increíblemente generoso porque en ningún momento pensó en sí mismo; al contrario, siempre pendiente de las necesidades de su hermanita Maya. “¿Más o menos yo me parezco a Lalú, verdad Jose?”, le pregunté a mi hermano, guiñándole el ojo y esperando que me dijera que sí. Pero él me contestó que siguiera con el cuento; y así hice…
Lalú y Maya durante ese largo camino lleno de aventuras, conocieron a personas buenas y malas. Por ejemplo Ahmed, era una persona buena, un hombre que llegó a ayudar a los niños en todos los sentidos. Maya estaba cojeando de un pie por haberse hecho daño por culpa de un fuerte pisotón de un hombre, y gracias a esta buena persona, pudo seguir el camino durante tres días en la joroba de su camello. También fue muy útil para Lalú porque le enseñó que ser honrado, generoso y sincero siempre tiene la de ganar. Ahmed salvó a los dos niños de un policía que iba a detenerlos por considerarlos unos ladrones.
También, querido hermano, hay una parte en el libro que cuenta cómo en una de las etapas del viaje llegaron a una fábrica de tejer telas, donde los obreros eran niños. “¿Entiendes José? ¡Niños como nosotros!”. No puedo entender como esos niños podían hacer un trabajo de adultos y sus padres consentirlo. Había un montón de niños, más grandes, más pequeños, pero todos trabajando con mucha disciplina, con habilidad extraordinaria en sus telares. Había un niño con un solo ojo, Ramdas, que lo perdió a causa de unas garras de un oso. ¡Pero seguía trabajando!
Uno de mis momentos preferidos de este libro es cuando en su viaje, Lalú es sorprendido por una grata sorpresa: el reencuentro con su perro Kanga. ¡Kanga era muy especial! Había sido un perro de circo, ¡sabía bailar subido en las dos patas traseras! Lalú y Maya pudieron venderlo, para así ganar un poco de dinero y viajar en algún vehículo, carro o camello, pero ni Lalú era capaz de separarse de él, ni el perro capaz de cambiar de dueño tan fácilmente. ¡Era fiel! Kanga fue de gran compañía para los dos niños durante el viaje.
“¿Sabes, José, lo que pasó cuando llegaron por fin a Agra?” Las aventuras no habían terminado, no fue fácil encontrar el médico que curara lo ojos de Maya. Nadie quería hacerse cargo de la niña hasta que conocen Prasad, que ofrece su casa para que Lalú y Maya puedan quedarse hasta que la niña se cure. En esa casa, Lalú aprende a leer y a escribir. Aprende de algún modo también que ya no es tan niño, que a partir de ahora podía decir a voz alta que era el hermano mayor de Maya. Demostró con este viaje que lo que en el fondo quería era solo que su hermana fuese como todos los demás niños de su edad. El increíble amor fraterno que sentía era signo de madurez “Hermano casi como yo contigo…” y le miré otra vez de reojo a ver su reacción.
“Pero, ¿al final Maya se curó de los ojos?”, me preguntó. “Eso lo tendrás que descubrir tú. Por eso te invito a leer esta gran aventura que tanto me enamoró. Tendrás que averiguar si el sacrificio tiene recompensa”.