El diario de Ana Frank
Autora: María Campos Pérez
Curso: 2º ESO
IES Mediterráneo, Garrucha (Almería)
Latido a latido, lágrima a lágrima, un suspiro de corazón abierto que sucumbe en agrio dolor. Ana tratando de hallar esperanza donde únicamente pudo encontrar cenizas. Aspirando a un nuevo comienzo, todo aquello quedó en el olvido, en uno de los vacíos más profundos. La guerra congeló su vida, las agujas del reloj quedaron aturdidas arrepintiéndose de seguir contando tiempo. Los candados del corazón forjados a fuego, el llanto grabado en la caída de sus mejillas. Intentó, con estos humildes escritos que he tenido el privilegio de disfrutar, relatar algo imposible de contar con palabras.
Este ha sido mi libro preferido, ya ni siquiera puedo leer historias fantásticas, soltar de imaginación las alas y pensar en algo irreal; me remito a cerrar los ojos y respirar hondo. Pero, ¿qué podría significar esto para Ana?
Amo la forma en la que con unos finos trazos en papel, vomitando sus sentimientos más profundos nos hace amar la vida; provoca reacción en un lector inmerso en la historia, obliga a tomar una pausa y recolocar las ideas.
Estremecedora es la manera en que cuenta su historia, infortunio tras desgracia. Quedando atrapada bajo su propio terror, refugiándose en él sin saber que sería un puñal clavado en el corazón.
Me encanta ver cómo esta modesta niña me ha hecho cambiar mi perspectiva literaria, tan solo contando su corta historia ha arrancado de mí la emoción. Con este libro aprendí que no hay gran escritor sin una gran quimera; leer no significa agarrar unas simples hojas de papel, si no sentir como el protagonista, tratar de ver algo especial, aquello que nadie más podrá apreciar.
Nunca antes de enfrentarme a este libro, pude imaginar lo que me haría sentir. Abstraerme de la realidad, quedar inmersa en un relato que aprisiona tu mirada en el papel, fantasear con la lucha de una muchacha judía completamente distinta a mí; plantearme cada minuto de mi día, y disfrutarlo como si realmente fuese el último.
Quizá aún ni siquiera pueda apreciar realmente el libro, no esté a la altura de un corazón tan bello y sincero, no sea capaz de imaginar tal dolor; pero desde la inocencia veo que amando la lectura, la única barrera es la propia imaginación.