Palabras mágicas de Tsotyama
Autora: Sara Barranco Tejero
Curso: 1º ESO A
IES Diego de Siloé, Íllora (Granada)
Miedo. Esa es la palabra clave que define a nuestro protagonista. En un mundo tan caótico como agónico, malgastar nuestro tiempo en jugar a la videoconsola es a mi juicio tan pueril como improductivo.
Arturo bien podría ser cualquiera de nosotros, un niño de mi generación, cerrado y encerrado, metido en una burbuja o urna de cristal, sin saber ni querer relacionarse, mimado por un entorno consentidor, al ser hijo único.
Pero, en una amalgama de narraciones, a modo de paleta multicolor o lienzo bien elaborado, sobresale la figura de Tsotyama (otra niña de las que hoy pueblan nuestra sociedad). Es este personaje una chica abierta o desenvuelta, tan educada como extrovertida, pero, y, sobre todo, mágica.
Tsotyama (no china como creí en un principio), heredó el encanto y la tradición de su abuela india. He aquí la herencia recibida de la tribu Oklahoma, con gran interés por el saber o conocimiento y el lenguaje como otra de sus filias (una vez nos metemos en materia, resulta curioso el dato relacionado con los yuchis, siendo apenas 1500 los que quedan).
Responsabilidad, revolución, compromiso, solidaridad o entrega son voces o términos que adquieren sentido, conforme avanzas en la lectura propuesta.
Hilar cuentos para niños con historias sobre lenguas en peligro de extinción son dos objetivos que la autora sabe conjugar a la perfección.
El lenguaje es una criatura en evolución constante, un ser que se adapta a los tiempos (los usos y los significados pueden sufrir mutaciones o cambios, por lo que el empleo consciente cobra un papel protagonista).
Del mismo modo, hemos de reprobar conductas faltas de ética y poco edificantes. Es el caso del rechazo inicial que Arturo exterioriza o hace visible por su desconocida prima (la revolución experimentada en el interior de Guardián Oso debe ser reseñada).
Pronunciar palabras que salgan del corazón y sean materializadas a través de la boca funciona de verdad: fantástica lección la que nos brindan las páginas que conforman esta maravillosa obra.
¿Qué palabras parecen ser sacadas de una chistera o varita de mago?
En primer lugar, Buenas noches hace que la luz de las estrellas mantenga controladas las pesadillas (es lo que le ocurría a Arturo).
Seamos agradecidos, abriendo la puerta para que las cosas positivas tengan cabida en nuestro día a día (la palabra “gracias” debe ser puesta en práctica y contenida en nuestro diccionario).
Por otro lado, dejemos de ser “invisibles”, pidiendo ayuda cuando sea necesario, pues no debe ser tan difícil juntar los sonidos que conforman “por favor”.
Hagamos otra reflexión. Vivimos una nueva era, tiempos en los que las nuevas tecnologías debieran permitir una mayor conexión, si bien la realidad es bien distinta. Cada vez más, asistimos a un aislamiento por parte de numerosos jóvenes (quienes dicen estar rodeado de amigos/as, confundiendo realidad con espacio virtual o entorno con una fuerte y enfermiza relación con el mundo cibernético). Facebook, instagram, twitter o apps son voces que circulan a una velocidad vertiginosa (como toda en la vida, nada es negativo si no es en exceso o con unos fines que se desvíen del empleo adecuado).
Reconozco que me encanta vivir esos veranos del libro, compartir juegos o baños en fuentes, estanques o charcas, comer natillas hechas al modo tradicional (como las hacían nuestras abuelas) o correr descalza por los verdes campos. Es lo que he vivido y quiero vivir (así he disfrutado durante mis doce primaveras).
En definitiva, esta lectura tan ágil como amena, permite educarnos en valores, a la vez que me ha transmitido dos enseñanzas fundamentales: descubrir las consecuencias del lenguaje bien empleado y la educación, así como no tener miedo a lo desconocido (Tsotyama era alguien peculiar o “rara” que acabó convirtiéndose en la mejor amiga de Arturo).
Ana Barea es la autora de esta formidable obra, un ovillo bien tejido, una coctelera bien agitada, con palabras dotadas de carga moral.
No sé si soy niña o adolescente. Pero, eso da igual.
Ana dedica este libro a todos los niños y niñas del mundo. Para mí TAMBIÉN.
Quiero acabar como comencé esta reseña del que es mi libro preferido, sin miedo, y, por supuesto, con magia: ¡Gracias Ana!